Pequeñas historias cotidianas...

sábado, 16 de mayo de 2009

"AMÍN"

No se que es lo primero que sentí; si el pincho incandose en mi cadera o la insolente voz exigiendo que me estuviera quieto. Luego me llegó un olor a camiseta empapada en mil sudores rancios y enseguida unas manos nerviosas escudriñando mis ropas. Ví por el rabillo del ojo a Amín, el negrito, que apenas a veinte metros de la escena se había detenido y nos estaba observando. El sujeto que me estaba sobando desde atrás encontró el bulto de mi billetera y me la arrebató de un tirón rompiéndome el bolsillo. Amin empezó a gritar algo que no entendí. Hacía amagos de acercarse y se paraba en seco cada vez que el del pincho lo apartaba de mi cuerpo para apuntarle a él. ¡Que pasa!¡Que pasa! ¿Eh...?. Amín cogió una caja de detergente de la basura y, colocándosela a modo de escudo, con el brazo estirado, enarboló con la otra mano a modo de honda el bolsito que llevaba colgado del hombro. El que estaba a mi espalda arrancó entonces a correr en su dirección sacandose algo del bolsillo. Amín huía, se paraba y volvía a acercarse unos pasos cada vez que el otro daba por hecho que lo había ahuyentado. No terminaba de aproximarse del todo. Se notaba que tenía miedo. ¡Vámonos ya, tio!, dijo el otro. Amín, que había perdido un zapato en una de las espantadas, lo recogió al vuelo y en su última escaramuza lo lanzo hacia nosotros. El zapato me dió a mi, pero el primer sujeto que tenía aun a mi costado debió de considerarlo una provocación inaceptable y bramó: "¡Te vas a enterar, negro de mierda!". Amín debió darse cuenta que ya no tratarían sólo de asustarle y emprendió, ahora sí seguido del otro, una alocada carrera en zig zag que lo llevó hacía el centro de la calle. En un segundo lo revolcó aquel maldito coche. Tras el frenazo, un joven se asomó por la ventanilla arrojando con rabia su cigarrillo. Dentro del coche, los sollozós histéricos de una chica se mezclaban con los de una estridente música rumbera. Amin agitaba convulsa una de sus piernas, justo la que tenía el pie descalzo. Luego se quedó quieto. No hacía falta examinar con detalle su cabeza, reventada contra el bordillo, para saber que estaba muerto.Los dos sujetos se perdian a paso vivo por la siguiente esquina. Se llevaban la cartera con mis papeles. Ni un sólo euro. El único billete que tenía se lo había dado poco antes a Amín, hacía apenas un minuto... Me había abordado timidamente, llorando en voz baja su necesidad y la de sus hijos mientras me enseñaba la foto de unos negritos recortada de una revista. ¡Pobre Amín que creía que hacia falta engañar para demostrar su hambre...!.

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